BOLERO - MAURICE RAVEL
El hombre de la calle se da la satisfacción de silbar los primeros compases
del Boléro, pero muy pocos músicos profesionales son capaces de
reproducir de memoria, sin una sola falta de solfeo, la frase entera que
obedece a furtivas y sabias coqueterías.
Ravel.
Una obra musical creada
por el compositor francés Maurice Ravel en
1928 y estrenada en la Ópera Garnier de París el 22 de
noviembre de ese mismo año. El inmediato éxito y la rápida difusión universal
de Bolero, dedicado a la bailarina Ida
Rubinstein, lo convirtieron no solamente en una de las más famosas
obras del compositor, sino también en uno de los exponentes de la música del
siglo XX.
Movimiento orquestal inspirado
en una danza española, se caracteriza por un ritmo y
un tempo invariables, con una melodía obsesiva —un ostinato— en do mayor,
repetida una y otra vez sin ninguna modificación salvo los efectos orquestales,
en un crescendo que, in extremis,
se acaba con una modulación a mi mayor y
una coda estruendosa.
Pese a que Ravel dijo que
consideraba la obra como un simple estudio de orquestación,
el Boléro esconde una gran originalidad, y en su versión de
concierto ha llegado a ser una de las obras musicales más interpretadas en todo
el mundo.
La historia del Boléro se remonta a 1927.
Ravel, cuya reputación superaba ya las fronteras de Francia, acababa de
terminar su Sonata para violín y piano y había firmado el
contrato más importante de su vida para realizar una gira de conciertos de
cuatro meses en los Estados Unidos y Canadá. La empresaria y bailarina rusa Ida Rubinstein, le
encargó que compusiera un «ballet de carácter español» que ella misma, con
cuarenta y dos años, contaba representar con su propia compañía, «Les Ballets
Ida Rubinstein».
Ravel no había
compuesto música para ballet desde La Valse en
1919 y su último éxito en este campo se remontaba a 1912 con Ma Mère l'Oye,
por lo que aceptó con mucho interés el encargo de Rubinstein, que además de una
reposición de La Valse, incluía componer un ballet enteramente
nuevo.
Ravel tenía cincuenta y dos años, estaba en plenitud de
facultades y, desde la muerte de Debussy, era reconocido como el mejor
músico francés vivo. Tenía muchas obligaciones que atender, y para facilitar la
tarea, acordó con su colaboradora que podría orquestar seis piezas extraídas de
la suite para piano Iberia del
compositor español Isaac Albéniz,9 en un
proyecto inicialmente bautizado como Fandango. Pero a su regreso de
la gira norteamericana, cuando ya había comenzado el trabajo, fue advertido de
que los derechos de orquestación de Iberia, propiedad de la
editorial Max Eschig, habían sido cedidos en exclusiva a otro compositor
español, Enrique Fernández Arbós, un antiguo
discípulo de Albéniz. Esta noticia fue recibida por Ravel con preocupación
según el relato de Joaquín Nin:
Comprendiendo la vergüenza de Ravel, Arbós le propuso,
generosamente, la cesión de sus derechos sobre Iberia, pero Ravel,
todavía disgustado, pensó en abandonar el proyecto.12
Ravel pasó unas
cortas vacaciones ese verano de 1928 en su ciudad natal de Ciboure, próxima a San Juan de Luz, en
el País Vasco francés, con su amigo y también
compositor Gustave Samazeuilh.13 Fue
entonces cuando le vino la idea de elaborar una obra experimental: un ballet
para orquesta que solo utilizaría un tema y un contra-tema repetidos y en el
que el único elemento de variación provendría de los efectos de orquestación
que sustentarían un inmenso crescendo a lo largo de toda la
obra. El nacimiento de la melodía es relatado por Samazeuilh, que cuenta como
el compositor, una mañana, en pijama, antes de ir a nadar, le habría
interpretado al piano un tema con un solo dedo explicándole:
Madame Rubinstein me pide un ballet. ¿No
encuentra usted que este tema tiene insistencia? Voy a intentar repetirlo un
buen número de veces, sin ningún desarrollo, graduándolo mejor con mi orquesta.
De manera que esto resultara como "La Madelon".
A la vuelta de las vacaciones, ya en su
residencia de «Le Belvédère» (en Montfort-l’Amaury, a 30 km de París), Ravel finalizó
rápidamente la pieza, que tituló en un principio, conforme a lo acordado, Fandango. Sin embargo, para el ritmo de su obra, el fandango le pareció una danza demasiado rápida, y lo
remplazó por un bolero, otra danza tradicional española que sus viajes a
España le habían permitido conocer,15 cambiando el título y dedicándole la obra a su estimada
amiga Ida Rubinstein.